lunes, junio 21


Esa noche ella solo buscaba un defecto en él,

Algo, algo que la haga volver corriendo a los brazos de su verdadero amado

Que la haga arrepentirse, llenándola de la culpa…

Aquella culpa que su conciencia nunca quiso adquirir

Buscaba un defecto por mas ínfimo que fuera,

Buscó en sus ojos, en su rostro, en sus gestos,

Algo que rompiera ese perfecto equilibrio,

Despedazaba minuciosamente sus palabras, las analizaba una y otra vez,

Trataba de enredarlas con mentiras, pero era inútil no podía.

Era imposible de creer la ausencia de fallas en aquel hombre,

Cerraba los ojos y los volvía abrir por si quizás fuera solo un espejismo

Producto de tantas utopías que danzaban en su cabeza.

Pero no, el era real, y estaba ahí mostrándose tal cual, creyéndose uno más…

Sin tener ni la más mínima sospecha de que para ella era todo un acontecimiento,

Un sacudón a todas sus creencias, a todo sobre lo que edificó.

Caminando por la calle reían porque sí, el tiempo se diluía entre sus charlas

Cambiaban de lugares, de miradas, de bebidas,

la música iba y venía junto con anécdotas y coincidencias inimaginables.

Otra noche terminó junto con una simple y justa despedida cortés

Sin peticiones ni exigencias,

Sin promesas o palabras que endulcen lo que ya no lo necesitaba.

Ella cerró la puerta tras sus pasos despidiéndose, subió y se acurrucó en su cama

Miró a su izquierda, ahí estaba ese vacío… Y fue en ese momento donde se dio cuenta de todo

Se dio cuenta que si existía un defecto, el defecto era ella… era su inconstancia,

sus principios incorrectos, su falta de compromiso y sinceridad.

El defecto era ella,

que teniendo en la palma de sus manos a ese simple hombre que tanta felicidad le daba,

salió a probar la perfección … a desafiarla.

Él… que había arrojado atrás el disfraz de la indiferencia

Solo para que ella se acurrucara y ocupara sus noches

Tan imperfecto, tan lleno de errores, de miedos, de claridad y misterio,

tan presente y con la medida justa para todo.

Con sus torpezas que dibujaban una gigante sonrisa en el rostro de ella,

la traía de nuevo de aquella oscuridad donde se aisló por miedo, por orgullo,

por amor propio quizás.

Después de tantos razonamientos,

de suposiciones y lamentos que iban y venían como flechas en su cabeza…

se envolvió en sus frazadas, dio un par de vueltas hasta que concilió el sueño.

Cuando amaneció un nuevo día, con la ruidosa ciudad sacudiendo las camas,

se levantó y al mirarse al espejo admiro su rostro simpático, carente de armonía y expresión.

Y se dijo así misma “Imperfección, bendita y compañera imperfección siempre te preferí antes

Que a todo“.